Contemplación y monoteísmo: Lo imprescindible de la irrelevancia

Deutsch | English

Lo que me gustaría hacer hoy con Uds. es homenajear a mi compatriota, la anacoreta del siglo XIV, Julián de Norwich, por medio de una tentativa de dar un impulso a algo que le fue muy querido: la contemplación. Quiero proceder por la ruta escénica más bien que por la ruta directa, o sea por señalar que el monoteísmo sin la contemplación es peligroso, y por preguntarnos por qué será que esto es el caso. Reduciéndolo, mi afirmación es que el monoteísmo es una idea terrible, pero un descubrimiento maravilloso. De modo que voy a pedirles que me toleren mientras busco lanzar al aire una serie de hipótesis para que veamos si, una vez lanzadas podemos encontrarles el sentido.

He aquí la primera hipótesis: es la aseveración de que en verdad no existe el monoteísmo. Quiero decir, que la noción del monoteísmo es profundamente inestable, de tal forma que no es claro lo que estamos diciendo cuando la esgrimimos. Déjenme explicar. Normalmente se entiende al monoteísmo en oposición al politeísmo. O sea, es la insistencia en un solo Dios por contraste con muchos dioses. En este sentido, el monoteísmo es diferente al “henoteísmo” (a veces se dice “monolatría”), que es la aseveración de que, mientras es verdad que hay muchos dioses, solamente a éste se debe adorar. Entendido así, el mandamiento “Yo soy el Señor tu Dios, …no tendrás otros dioses delante de mí ” (Ex 20, 2,3; Dt 5, 6,7) es un mandamiento henoteísta y no monoteísta. Quiere decir, presupone la existencia de muchos dioses, aseverando sin más la obligación de adherir a éste. En nuestra narración típica del nacimiento del monoteísmo judío, narración ésta que volveré a considerar después, los monumentos claves son aquellos pasajes del Segundo Isaías, escritos después de que el cilindro de Ciro había promulgado el retorno del exilio en Babilonia, y que indican muy claramente “Yo soy el Señor, y no hay otro” (Is 45, 18d). Dicho de otra manera, sencillamente no existen otros dioses, no hay sino un solo Dios.

Bueno, es aquí donde se nos asoma nuestra primera inestabilidad. ¿Qué es lo que se pretende por el “mono”, el “uno”, en monoteísmo? ¿Significa “uno” por contraste con dos, o tres, o setenta y nueve? En este caso sería uno como número, y sería contrastado con otros números. Y si es así, puesto que cuando quiera definamos algo por contraste con algo, es verdad decir que es mucho más parecido a aquella cosa que diferente de ella, “un” Dios no sería sino un miembro especialmente grande, poderoso y algo solitario de la clase “dioses”, cuyos otros miembros fueron todos declarados inexistentes.

Sin embargo, existe otro uso de la palabra “uno” que no es, propiamente hablando, un uso numérico. Lo vemos cuando la frase “un solo Dios” viene contrastada no con un número, sino con la nada. O sea, es cuando “Uno” es más parecido a la exclamación “¡lo hay!” que lo es parecido a un número. La exclamación “lo hay” o “existe” está contrastada con “no hay nada allí”. Ahora bien, de la misma forma que el número “uno” tiene más semejanza con los otros números que está negando que desemejanza, del mismo modo la frase “un solo Dios” en oposición a “absolutamente nada allí” tiene más semejanza con “absolutamente nada allí” que con otra cosa. Dicho de otra forma, siguiendo este entendimiento del “mono” en “monoteísmo”, Dios tiene una semejanza mucho mayor con “absolutamente nada allí” que con “uno de los dioses”.

Y esto, por supuesto, ha sido parte del genio del monoteísmo judío: la percepción de que “Un solo Dios” es mucho más parecido a “ningún dios” que a “uno de los dioses”. O sea, que el ateísmo, que no es verdad, ofrece una imagen mucho menos inadecuada de Dios que el teísmo, que es verdad. Para el judaísmo monoteísta, como para el catolicismo monoteísta, lo cual considero como siendo el judaísmo vuelto universalista, la tentación principal no es el ateísmo sino la idolatría.

Mi segunda hipótesis que quiero lanzar dice respeto a lo que sigue de aquí: la peligrosidad del monoteísmo. Dicho sucintamente, mi hipótesis es, como señalé, que el monoteísmo es una idea terrible, pero un descubrimiento maravilloso. Déjenme explicar. Es muy difícil que tengamos una idea acerca de algo que es más parecido a la nada que a cualquier cosa que existe. Quiero decir: ¿cómo sería tener una idea acerca de la nada? De modo que al tener una idea acerca del monoteísmo, nuestra idea tiene una tendencia a agarrarse a la noción de uno en oposición a muchos, o a la noción de uno en oposición a ninguno, pero como si “ninguno” fuese otro número más, pero un número asustadoramente negativo o ausente. Dicho más claramente: inseparable de nuestra noción de “uno” es la parte “en oposición a…”. Y es aquí, creo, donde las cosas se hacen peligrosas. Porque si existe un Dios que no es uno de los dioses, que no está al mismo nivel con todo lo existente, entonces por supuesto es verdad decir que no puede existir ninguna suerte de “en oposición a” o “en contraste con” en Dios. O, dicho de otra manera, no existe rivalidad alguna entre Dios y todo lo que existe. Lo cual quiere decir que cuando, en nuestro pensamiento acerca de Dios quedamos con algún vestigio de “en oposición a” o “en contraste con”, esta misma oposición o este mismo contraste reduce a Dios en algún tipo de “dios”, y esta misma oposición o contraste tendrá, inmediatamente, consecuencias sociológicas.

Demos una mirada a una descripción sociológica más o menos común y corriente de las grandes religiones monoteístas (y hoy en día el hojeo de los anuncios hechos por las casas editoriales en los suplementos literarios de nuestros periódicos más ilustres producirá una buena cosecha de semejantes descripciones). Supongo que es una representación más o menos típica, que se puede encontrar en todas las tres culturas monoteístas principales, la judía, la cristiana, y la islámica, que el único Dios verdadero ha entregado un mensaje: Torá, Torá interpretada por el Nuevo Testamento, o Alcorán. Este mensaje es, él también, único y verdadero, y el mensaje escrito viene garantizado por el mensajero único y definitivo: Moisés, Jesús, o Mahoma. No quiero decir que esto sea la verdadera estructura de cada una de las tales culturas monoteístas, tan solamente quiero afirmar que, bajo ciertas circunstancias, hay partidarios de cada una de estas culturas religiosas que son capaces de comportarse como sí esto fuera la estructura de su “religión”. Mientras a veces a tales partidarios los consideren extremos o exagerados algunos otros miembros del grupo, es común que estos otros miembros del grupo temen discrepar demasiado públicamente de la posición de aquellos.

Me parece que la misma estructura es capaz de reproducirse dentro de cada uno de estos grupos, de la siguiente manera: “nosotros” somos el pueblo que ha recibido el mensaje del único Dios verdadero, y vivimos sometidos a esta comunicación, y la manera como vivimos a la luz de esta comunicación es al recrear la unicidad de Dios por medio de desarrollar un fuerte sentido de lo que nos es otro – los gentiles en el caso de los judíos, el “mundo” sin bautizar en el caso de los cristianos, y los infieles que no son miembros del Ummah en el caso de los musulmanes. Dicho de otra manera, nos volvemos una extensión del “Yo” del Dios único cuyo mensaje hemos recibido, y es nuestra tarea traer a los demás a la obediencia a partir de su posición de “otro” (y muchas veces este ser “otro” es o bien maligno, o impuro, o ambas las cosas), o por lo menos es deber nuestro mantener muy alta la diferencia entre nosotros y aquellos otros, y animar el fervor en resistir la asimilación a aquellos otros cuando son más poderosos que nosotros.

Ahora bien, lo que me gustaría sugerir es que en tal comprensión del monoteísmo, “Dios” y su “mensajero” son efectivamente una función del grupo, puesto que lo que hacen es garantir la cohesión del grupo al proporcionar un punto de reunión, algo totémico, alrededor del cual la gente puede juntarse y que les da un fuerte sentido de rectitud al poder interpretar el mensaje por contraste con el “otro” maligno. Ahora noten por favor lo que significa esto. Significa que en verdad no existe un “otro” auténticamente otro en la historia. Dios y su mensajero meramente actúan para reforzar la creación de un “otro” por contraste con el cual “nosotros” podemos sentirnos unidos, bendecidos por Dios, y así por delante. Esto significa que el “otro” no es sino una función de “nosotros” y es, de hecho, una parte necesaria del “nosotros” su cara “B”, su lado oscuro. Si de repente no hubiese tal “otro”, entonces el “nosotros” se desintegraría, caería en “anomia”, perdería el sentido.

Una manera típica de contestar semejante imputación de un ateísmo funcional sería decir “pero el mensaje divino es en sí la señal de un otro auténtico – otro “Otro”, por así decir, que no viene de “nosotros” y que nos ha hablado y nos ha dado otra perspectiva a la luz de la cual tenemos razón al edificar nuestro grupo de esta manera: es lo que nos es mandado hacer.” El problema con esto es que no resiste el descubrimiento de que la interpretación lo es todo. Un mensaje y un mensajero para garantizarlo no son sino señales a no ser que el grupo les mantenga en vida al interpretar tanto el mensaje como el mensajero. Esto significa, en otras palabras, que un mensaje escrito y un mensajero garantizador no son, de por sí, de ningún valor para mantener una auténtica “alteridad” de voz al grupo que se está discutiendo, puesto que es sólo en la medida en la cual el grupo los interpreta que tienen una vida continuada en el grupo. Y esto significa que es la interpretación grupal que es el único lugar donde se podría encontrar la presencia de otro “Otro” si es que tal presencia hubiere.

Sin embargo, donde quiera la interpretación grupal tiende a funcionar por medio de crear un “nosotros” a expensas de, o por contraste con, un “ellos” necesario, nos es lícito dudar de la presencia de cualquier otra cosa que no sea el espíritu de edificación grupal por contraste con el otro. Y a esto, por supuesto, se le suele llamar “ateísmo funcional”. Es donde, háganse las aseveraciones que se quisiera sobre la divinidad, el único “otro” realmente detectable que tenemos en operación es el “otro” social por contraste con el cual se está construyendo el “nosotros”, y que no es, de hecho, sino una función del tal “nosotros”.

Por si acaso haya sido demasiado denso en mi expresión, déjenme ofrecerles algunos ejemplos de lo que quiero decir. Una de las maneras más eficaces de mantener el único grupo unido en su lealtad para con su Dios único es el poder detectar y proclamar las maneras en las cuales al grupo se le está haciendo víctima. De modo que, típicamente los líderes en un grupo monoteísta, o sus suplentes o portavoces harán notar las maneras en las que el “otro” maligno está haciendo la vida imposible para los verdaderos creyentes. De esta forma, llevarán a su grupo a una unión más fuerte alrededor de su interpretación de lo que da integridad y pureza al grupo. Por supuesto, esta necesidad de presentar el grupo como víctima puede recibir un apoyo espléndido de manos de personas que de hecho, sí están oprimiendo algunos miembros del grupo bajo consideración. A fin de cuentas, el mero hecho de que yo sea paranoico no significa que no haya personas que quieren acabar conmigo. Sin embargo, requiere de un genio del todo especial para poder convencer a un grupo de creyentes de que son ellos en tanto en cuanto grupo de creyentes que son el blanco de las intenciones malignas del otro.

En este sentido fue brillante Osama bin Laden como revivificador del Islam al conseguir convencer a mucha gente que fue como musulmanesque estaban siendo oprimidos y explotados por un occidente maligno, y especialmente por los Estados Unidos. Al hacer saltar las torres gemelas en Manhattan, también consiguió provocar una reacción que alimentó de manera muy convincente su interpretación. Así llevó a creer a algunas personas, incluyendo a algunas de las que estaban promoviendo la reacción del lado estadounidense, que esto fue, de hecho una cruzada contra el Islam. La táctica idéntica la están utilizando algunos grupos evangélicos en los EEUU (y hasta algunos de sus imitadores católicos) cuando atacan legislación propuesta o existente a favor de los derechos de la gente gay como siendo una preparativa para la persecución de los evangélicos por causa de sus “creencias bíblicamente basadas”. Queda por verse si consiguen igual grado de éxito en promover la unidad y el fervor evangélicos por medio del sentido de victimización. Queda por verse también hasta qué punto ciertos defensores del sistema eclesiástico católico vigente en los EEUU llegarán en su tentativa de representar el escándalo con respecto a la sistémica ineptitud clerical en el trato con los casos de pedofilia como el resultado de un arraigado anti-catolicismo, o de una conspiración judía para hacer increíble una de las voces que se levantan a favor de los palestinos, o sencillamente de una rapacidad económica bien orquestada, y de esta forma provocar una renovada reunión de los fieles católicos a favor de la defensa del status quo eclesiástico vigente.

Lo que hay en común en el caso de cada una de estas representaciones de un grupo único que está siendo hostigado por causa de sus creencias especialmente verdaderas en medio de un mundo pervertido y maligno es que cada una es monoteísta, y sin embargo, las reacciones que he señalado son enteramente sin fe. Me imagino que al mismo tiempo que Osama bin Laden ofrece su metanarrativa de un “ellos” maligno a quienes los buenos tienen el deber de resistir, existen muchos creyentes musulmanes que tienen la cabeza en las manos de vergüenza, pues saben muy bien que si Dios es verdadero, entonces exagerar la fuerza del “otro” maligno para fortalecer la fe del creyente es el peor tipo de ateísmo nihilista, pues realmente supone que, en lo práctico, es únicamente al provocar al otro maligno a que represente su papel en el drama que sobrevivirá nuestra fe. Y esto significa que no creemos en Dios, sino tan solamente en el conflicto. Pues si Dios es verdadero, entonces las apariencias engañan, y lo que parecen conspiraciones perversas tramadas por el otro maligno, no hay que exagerarles la importancia, pues Dios es mucho más fuerte que ellos.

De la misma manera, imagino que hay cristianos evangélicos que bajan la cabeza con vergüenza al ver que se hace de su religión algo dependiente de un enemigo necesario, como si la gente gay, por malos que seamos, podríamos representar una amenaza tan fuerte al orden y a la estabilidad del Creador de todas las cosas; y como si se podría reducir el mensaje del evangelio a un “odiarás a los gay, y, una vez asegurado esto, amarás al prójimo como a ti mismo”. Finalmente imagino que no pocos obispos católicos hay que bajan la cabeza con vergüenza al ver a correligionarios y apologistas que parecen incapaces de un mínimo de auto-crítica sistémica, y que de hecho huyen de tan dolorosa posibilidad por medio de nuevas tentativas de apuntar el dedo a “otros” malignos, internos y externos.

Pues bien, después de haber intentado demostrar que el monoteísmo en verdad no existe como un ente estable, y que mucho de lo que pasa bajo la etiqueta de monoteísmo en una comprensión sociológica típica no es, de hecho, nada teísta, sino funcionalmente ateísta, me gustaría levantar mi tercera hipótesis. Esta consiste en comenzar a explorar el lado positivo de las cosas. Después de haber insistido en que el monoteísmo es una idea terrible, espero, eso sí, demostrar que es un descubrimiento maravilloso. Pero una parte de esta afirmación mía, que he de subrayar continuamente, es que es tan sólo como descubrimiento, y en la medida que permanece descubrimiento que el monoteísmo es maravilloso. Dondequiera su estatus de descubrimiento sufre el cambio en idea, entonces se torna terrible.

Para aproximarme de esto, me gustaría visitar nuevamente el relato acostumbrado de la emergencia del monoteísmo, su paso más allá del henoteísmo, durante el período del exilio babilónico e inmediatamente después. El relato acostumbrado reza algo así (y he utilizado versiones de ello en mis propias presentaciones). A los judíos exilados en Babilonia se les confrontaba una de dos posibilidades: o bien por un lado Yavéh y Marduc eran divinidades en concurrencia, en el cual caso, Marduc era evidentemente superior, y Yavéh una divinidad derrotada. En este caso, lo lógico habría sido pasarse al lado de la deidad vencedora y hacerse adoradores de Marduc. O bien, por el otro, Marduc no fue divinidad alguna, sino sencillamente una función del poderío babilónico y su capacidad de construcción grupal, y Yavéh fue el único Dios, y por algún motivo estaba permitiendo que su pueblo pasase por esta fase de conquista y esclavitud. Pero si este último fuera el caso, entonces Yavéh no estaba en oposición alguna a cualquier dios, puesto que no hay otros dioses. Yavéh es sencillamente Dios, que trae todas las cosas a la existencia, y es perfectamente capaz de utilizar el poder y las estructuras de otros imperios para sus propias finalidades. El monumento literario de esta ruptura en el acto de acontecer encuentra-se en Segundo Isaías donde recibimos las primeras afirmaciones absolutamente inequívocas del monoteísmo a diferencia del henoteísmo.

Bueno, hasta aquí, todo tranquilo. Pero este relato, uno que como dije, he utilizado en repetidas ocasiones, según el cual los creyentes yavistas detectan el ateísmo funcional del panteón babilónico y son llevados por su propia precariedad extrema a hacer un especie de salto con pértiga a un terreno más alto, una especie de “aut Caesar, aut nihil” teológico, este relato, está abierto a la acusación de que es parte de la misma explicación funcionalmente ateísta o sociológica de la emergencia del monoteísmo. A fin de cuentas, podría decirse que no es sino una reacción especialmente totalista y completa a la religión babilónica, un ejemplo de un ressentiment especialmente triunfante; tan completamente triunfante de hecho como fue completa la derrota que condujo a ello. Dicho de otra manera, he comenzado a sospechar que este relato es, ello mismo, un relato demasiado sociológico de la emergencia del monoteísmo.

Teniendo esto en cuenta me gustaría proponer algo bastante diferente. Y esto es algo más bien raro, pues es un relato teológico de la emergencia del monoteísmo. O, en otras palabras, el monoteísmo como descubrimiento. Y es aquí donde, a mi modo de ver, falla el típico relato sociológico y la típica discusión sociológica, del monoteísmo. Para poder hablar acerca de esto, permítaseme señalar lo que entiendo como una comprensión bastante corriente de la cronología de algunos de los textos de las escrituras hebraicas [1]. Lo doy por sentado que había, en el pasado remoto, un libro llamado “El libro de los doce profetas”. Este libro fue compuesto por doce libros proféticos bastante cortos, comenzando con los de Amós y Oseas, los primeros profetas de quienes tenemos evidencias escritas. En una forma más primitiva de la que tenemos actualmente, el libro de Isaías de Jerusalén fue probablemente un libro corto como los de los doce, a quienes solemos llamar “los profetas menores”; y es probable que los capítulos 7-12 de nuestro actual libro de Isaías conformaran el núcleo de aquel libro primitivo. El primer Isaías parece haber ejercitado su ministerio profético en el período entre alrededor 730 y 700 a.C. O sea, durante el período en el cual el Reino del norte, por cuyo destino Isaías, un profeta de la corte de Judá, se preocupaba poco, fue destruido.

Lo interesante es que este libro del “primer Isaías”, más bien que quedar fijado en un libro corto como los de los profetas Amós y Oseas, fue expandido durante los cien años siguientes o más, en la medida en que fue releído a la luz de las circunstancias cambiantes. De tal forma que cuando Asíria perdió su hegemonía regional para Babilonia, hubo una relectura según la cual se comenzaba a referir las profecías que se habían dado con respecto a aquel imperio a éste. Otros cambios fueron introducidos durante el reino de Josías (c. 640) y más tarde todo fue releído y expandido a la luz de la fatalidad venidera de la conquista de Judá por Babilonia y el exilio. Tal vez fue aquí donde hubo la mano del redactor Deuteronomista. Finalmente, fue el autor que llamamos segundo Isaías que llegó a hacer una completa relectura, añadiendo una sección enteramente nueva después del anuncio por Ciro del regreso del exilio. Y fue así que unos escasos capítulos crecieron y se transformaron en un libro continuamente reeditado de unos 39 capítulos, para luego transformarse en un libro bien mayor de 55 capítulos.

Hasta que yo sepa, no hay nada especialmente controvertida o nueva en esta descripción breve del proceso editorial. Lo que me gustaría señalar es algo que, aunque completamente obvio, suele quedar en el olvido por debajo de palabras como “proceso editorial”. El proceso editorial requiere de gente, de lectores, de escribas, de una “escuela de Isaías”, llámesela lo que se quisiera, para recibir y entender algo y mantenerlo vivo durante un período de algo así como doscientos años. Y aquellos doscientos años incluyeron más de ciento veinte años anteriores al exilio babilónico.

Es más, este proceso editorial presupone que había gente trabajando sobre algo en el cual ellos se consideraban como quienes ejercían una continuidad de tal forma que hasta el redactor final del segundo Isaías se entendía como quien producía la flor de algo que había nacido mucho, mucho antes. Dicho de otra manera, el gran monoteísmo inequívoco, con Dios en contraste con absolutamente nada, del segundo Isaías no se entendió como una chispa reciente en reacción a Babilonia, sino como el producto de cierto tipo de fidelidad mantenido durante mucho tiempo, una fidelidad a un trabajo de mucho esfuerzo que antecedía por muchos años el exilio babilónico, y hasta la existencia de Babilonia como fuerza imperial significativa.

Ahora bien, es aquí donde las cosas comienzan a hacerse interesantes, puesto que estamos hablando, en el caso de Isaías, de una cantidad de dichos que presuponen una cierta manera de ser receptor de que alguien se dirigiera la palabra al oyente, y una cierta experiencia que formaba parte de aquel “ser receptor de que alguien se me dirige la palabra”. Y fue a partir de esta experiencia “in nuce” que nació la posibilidad de entender el monoteísmo por contraste con absolutamente nada. Miremos algunas de las frases. La primera cosa que dice el Señor a Isaías que tiene que decirle al rey Acaz es lo siguiente:

Estate alerta, y ten calma; no temas ni desmaye tu corazón ante estos dos cabos de tizones humeantes… (Is 7, 4a)

Y aquí el profeta sigue para hablar sobre la amenaza a Jerusalén constituida por la alianza entre Siria y Efraín, los dos tizones humeantes a las que se refiere. La profecía termina así:

Si no creéis, de cierto no permaneceréis. (Is 7, 9b)

Ahora lo que me gustaría subrayar en esta profecía es que es exactamente el inverso del tipo de cosa que debería proclamar alguien que se interesa en promover el monoteísmo como ateísmo funcional. Presupone que la experiencia fundamental de Dios es una de poder estar en paz y sin miedo puesto que Dios es de tal modo más que todo lo que hay. Y presupone que la forma que toma la fe en Dios es cierta manera de quedar permanente, de quedar estable, de tal forma que al “yo” del grupo no lo mueve ni agita el “otro” social de manera alguna.

La segunda profecía es la famosa que trata de la joven que concebirá y dar a luz un niño cuyo nombre será Immanu-El, y que escuchamos todos los cristianos todos los años en nuestras lecturas de Adviento y Navidad. Una vez más, el contraste entre las preocupaciones de realpolitik de Acaz con respecto a la defensa de su reino y la señal que le es ofrecida no podría ser mayor. Por los criterios del monoteísmo como ateísmo funcional, la señal de Isaías es inútil. Sugiere el acto de esperar y mirar mientras algo que es muy débil e insignificante nace y crece. Una señal de menos poderío que esta sería muy difícil que se imaginara. Y por esto mismo, es una indicación muy peculiar de lo que sería la noción del monoteísmo por contraste con absolutamente nada. Porque no es un poder en rivalidad con otros poderes, sino más bien muestra de un tipo de poder totalmente distinto.

La tercera profecía es, si fuera posible, hasta más asombrosa en sus presuposiciones. En primer lugar vienen profecías de desaliento y destrucción para las naciones:

Quebrantaos, pueblos, que seréis destrozados; prestad oído, confines todos de la tierra; ceñíos, que seréis destrozados; ceñíos, que seréis destrozados. Trazad un plan, y será frustrado; proferid una palabra, y no permanecerá, porque Dios está con nosotros (Immanu-El). (Is 8, 9-10)

Y luego viene más, llenando la imagen del tipo de poder del que habla. El reunirse en grupos fuertes de nada valdrá, las promesas fuertes de los líderes serán en vano. En vez de todo eso:

Pues así me habló el SEÑOR con gran poder y me instruyó para que no anduviera en el camino de este pueblo, diciendo: No digáis: «Es conspiración», a todo lo que este pueblo llama conspiración, ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis. Al SEÑOR de los ejércitos es a quien debéis tener por santo. Sea Él vuestro temor, y sea Él vuestro terror. Entonces Él vendrá a ser santuario; pero piedra de tropiezo y roca de escándalo para ambas casas de Israel, y lazo y trampa para los habitantes de Jerusalén. Muchos tropezarán allí, y caerán y serán quebrantados; serán enlazados y apresados. Ata el testimonio, sella la enseñanza entre mis discípulos. Aguardaré al SEÑOR que esconde su rostro de la casa de Jacob; sí, a Él esperaré. (Is 8, 11-17)

Inmediatamente, junto con esta imagen del monoteísmo naciente viene la noción de que el tipo de persona que se encara con tal incomparable fuerza tiene que aprender a prestar ninguna atención a lo que está diciendo la gente, no dejarse sacudir por lo que les mueve por aquí o por allí, y sobre todo no participar en el tipo de actividades de formación grupal que florecen por medio de teorías de conspiración, o sea, creaciones grupales de un “otro” maligno. El Dios que es enteramente Otro, auténticamente otro “Otro” no tiene parte en tales actividades. De hecho, desde el punto de vista de los ateos funcionales, de los cuya una creencia es algún tipo de ejercicio de insistencia en un dios partidario, un ejercicio controlado por el grupo, el Dios auténtico es piedra de tropiezo, escándalo, ofensa, algo con el que no podrán salirse con el suyo, porque Dios obra de maneras exactamente opuestas a la comprensión normal que tiene esta gente del deseo.

Isaías entiende muy bien que este mensaje suyo será difícil de tragar, y sería mejor que se limitara su exposición a discípulos que podrán meditarlo a lo largo de los años. Déjenme repetir aquellas líneas:

Ata el testimonio, sella la enseñanza entre mis discípulos. Aguardaré al SEÑOR que esconde su rostro de la casa de Jacob; sí, a Él esperaré.

Aquí está demasiado claro que no hay uso inmediato para esta profecía. Al otro “otro” auténtico no se le puede comprender, agarrar, siquiera escuchar ahora, y la única cosa para hacer con la profecía es preparar un grupo de discípulos que meditarán el testimonio, o sea la impronta de cómo es el otro “otro”, a lo largo de un buen tiempo. El “aguardar”, el “esperar”, la noción del Señor que “esconde su rostro” y la instrucción para “no andar en el camino de este pueblo” todos indican que al otro “otro” no se le puede asir ahora, que tan solamente el tiempo y la alteración de la comprensión de los que escuchan permitirán que se haga aparente la naturaleza del otro “Otro”.

Ahora me gustaría hacer dos observaciones al respecto de esto, fluyendo las dos de la misma percepción, y las cuales considero como imprescindibles sin más para una recta comprensión del monoteísmo judío-cristiano. En este retrato del monoteísmo emergente, el Dios que no es uno de los dioses, no tan sólo comienza a emerger mucho antes de la crisis babilónica, sino que emerge, desde el principio, como una presencia que conduce a la autocrítica. Las asombrosas palabras de profecía son, por supuesto, una manera de relativizar el poder de las otras naciones, pero son simultáneamente una fuente de auto-crítica del “nosotros” en cuyo medio son pronunciadas. Es el “nosotros” que no podrá “caer en la cuenta rápidamente, de modo que el profeta y su grupo tienen que prepararse para vivir en la irrelevancia porque no son movidos por los mismos miedos y preocupaciones que surgirán de los acontecimientos y luchas de los poderes de este mundo. De allí que no están buscando dar respuestas a los mismos asuntos, las mismas decisiones y opciones que se está tomando a su alrededor, ni están buscando consejo de las mismas fuentes. Dicho de otra manera, el tiempo, la contemplación y la irrelevancia fueron absolutamente indispensables para el descubrimiento del monoteísmo, puesto que sólo podía llegar a ser descubierto como parte de un proceso de autocrítica. Y el estar dispuesto a vivir en la irrelevancia significa también estar dispuesto a perder su reputación como el tipo de persona que pudiera tener pareceres interesantes, útiles o importantes con respecto a lo que pasa. De hecho, un severo despojamiento de auto-importancia siempre será un acompañamiento necesario para este proceso de la escucha de la emergente voz auto-crítica.

Pues bien, por si acaso alguien dijese “Claro, pero es nada más lo de Isaías” me gustaría señalar que hasta Amós, el primer de los profetas cuya voz tenemos, y quien fue un profeta del reino del norte, es decir, Israel más bien que Judá, y predicaba unos años antes de Isaías, trabaja de la misma manera. Los primeros dos capítulos consisten en una serie de profecías rápidas contra las naciones (Damasco, Gaza, Tiro, Edóm, Amón Moab y Judá), cada una de las cuales comienza con una fórmula:

Así dice el SEÑOR: Por tres transgresiones de N, y por cuatro, no revocaré su castigo…

Pero esto no son sino los albores de la crítica esencial, que es una crítica de Israel. Donde a cada una de las naciones se le transmite un par de versículos de crítica, Israel recibe diez. Y luego a partir del capítulo tres, la tormenta se dirige enteramente al “nosotros”. Dicho de otro modo, de una manera estrictamente contraria a la comprensión sociológica típica del monoteísmo como idea, la emergencia del monoteísmo judío aparentemente comienza como voz que aflige mucho más severamente al “nosotros” que al “ellos”, y de hecho critica severamente al nosotros por prestar excesiva atención a “ellos”. Lo cual no es exactamente como debía ser en la receta del Dr. Durkheim.

El segundo punto que me gustaría desarrollar a partir de esto, y lo que es para mí el más importante de estos puntos, es el siguiente. En el relato funcionalmente ateísta de un monoteísmo dentro de la sociología grupal, el “nosotros” o hasta mejor, el “yo” es el del grupo, el Dios es “El” o “ello” más o menos simbólico que respalda al grupo y le da el ímpetu para mantener en alta sus fronteras grupales contra el “ellos” del cual el grupo tiene una dependencia secreta. Sin embargo, en el relato del emergente monoteísmo judío que he buscado esbozar, algo mucho más raro parece está aconteciendo. Pues en este último relato, el “Yo” o el “nosotros” es de Dios, y el “otro” es el grupo. Dicho de otro modo, la estructura queda totalmente invertida. El grupo que escucha es el “otro” cuyo “nosotros” está siendo descubierto en la medida en que permanece sentado, durante un buen tiempo, bajo la voz del “Yo”.

Ahora me gustaría hacer lo que es, supongo, la observación más obvia, pero que típicamente encontramos psicológicamente muy difícil. En la comprensión judía del monoteísmo fue el “Yo soy” que dio forma al “Dios que es más parecido a absolutamente nada que a cualquier cosa existente”. O, dicho de otra manera, que el nacimiento del monoteísmo judío, más que el descubrimiento intelectual de un punto lógico fue mucho más parecido a un pasivo permanecer sentado bajo un “Yo soy” procedente de la nada, no en rivalidad con cualquier cosa, y deshaciendo la existencia dependiente de contraste de los dioses. Y es esto, ni más ni menos, lo que afirma el central texto yavista, el auto-nombramiento de Yavéh. [2] A Moisés no se le ordena ir al pueblo de Israel para decirle “El es” me ha enviado, sino “Yo soy” me ha enviado. Y esto por una razón muy buena, que sólo a lo largo del tiempo se podría entender: “El es” no sería sino una función de mi “yo” de voluntad imperiosa; sin embargo en la imagen yavista el “yo” que ha sido enviado no es sino una función maleable de un indeciblemente fuerte, y casi inmencionable “Yo soy”.

Ahora, esta es la estructure central del monoteísmo judío y cristiano. Es la de un “Yo soy” que no tiene rivalidad alguna con nada de lo que es, y quien está hablando en medio de un grupo que es siempre un “ellos” en la primera instancia y sólo muy paulatinamente se hace un “nosotros” en la medida en que llega a ser capaz de soltar el “nosotros por contraste con ellos”. Es más, este “Yo soy” no es nunca una función del grupo, sino es siempre una voz que sólo puede oírse por medio de una escucha auto-crítica. Es, por supuesto, la afirmación cristiana, que Jesús es la acentuación definitiva del “Yo soy”, revelando la benevolencia que subyace el querer dirigirse a nosotros en primer lugar, no a partir de alguna necesidad, sino para convidar una realidad enteramente periférica, el “otro” que es nosotros mismos, a que participemos del gozo y del amor anteriores e independientes, que es desde dónde está hablando “Yo soy”. Es poco sorprendente, tristemente, que la forma que tomó aquella benevolencia en medio nuestro fue la víctima apenas audible, casi invisible, que cualquier “nosotros” es probable que echemos para mantener su estructura por contraste con un “ellos” maligno.

La confesión católica y cristiana del monoteísmo trinitario es la confesión que “Yo soy” se nos ha hecho presente en nuestro medio como “Yo soy” siempre en la periferia de nuestra visión, porque siempre en nuestro medio como aquél que está en vías de ser expulsado, y que siempre está regresando como víctima perdonadora. De este modo se nos mantiene en vida de la única manera posible, que es por nuestro “nosotros”, que es típicamente ciego con respecto a sus víctimas, ser pinchado por las llegadas de la víctima perdonadora, el mismo “Yo soy” como abogado defensor. “Yo soy” nos está enseñando a vernos como un “nosotros” no construido por contraste con un “ellos” sino como una parte de un “ellos” que se hace un “nosotros” en la medida en la que llegamos a percibir nuestra semejanza con nuestro vecino. Así pasamos de ser objetos periféricos, y llegamos a participar en la narración de primera persona que es la Creación a partir de la nada, y por contraste con absolutamente nada, puro deleite en el crear.

Ahora me gustaría creer, y espero que no sea nada más una imaginación mía, vana e ilusoria, que la persona a la que estoy homenajeando en esta conferencia, Julián de Norwich, sería de acuerdo con este análisis, y que le habría dado felicidad. Una de las cosas más notables de su obra es el hecho de que en una vida de más de setenta años, que cubría la peste negra, trechos de la guerra de cien años, el cisma papal, los asesinatos de un rey y de un arzobispo, los comienzos de la herejía Lolarda y así por delante, ella no menciona uno siquiera de estos acontecimientos. De hecho su vida fue un constante permanecer sentado, como una del “ellos”, bajo la voz que dice “Yo soy” para aprender el significado interior de aquel “Yo soy”. Sus revelaciones son el quedar sentado, de manera irrelevante, durante largos años, a la escucha de un “Yo soy” inimaginable ante quien somos todos un “otro” y el aprendizaje de cómo “no andar en el camino de este pueblo”, como no prestar ninguna atención a su detección de conspiraciones, sino, en vez de esto, escuchar el significado extraordinariamente pacífico y potente del amor de quien quiere hablarnos, de quien es enteramente sin ira, y a causa de la serenidad de cuyo poder no tenemos por que temer nada.

Me gustaría terminar por plantarnos un desafío. El monoteísmo que profesamos ¿es idea o descubrimiento? Si es una idea, entonces a ver cómo nos involucramos en su reforzamiento por la elección de un “otro” maligno. Y tal vez el mundo islámico sería un buen lugar para comenzar. Es más, no cabe duda de que encontraremos algunos musulmanes que quedarían encantados si jugáramos aquel juego, porque les permitiría jugar el naipe de “víctima”, y así reunir sus propias fuerzas. Si, por el otro lado, nuestro monoteísmo es un descubrimiento, entonces sugeriría que estamos confrontados a un camino de larga duración en el cual aprenderemos la irrelevancia, descubriremos que cualquier sentido fuerte de “yo” o de “nosotros” tiene que sernos despojado en la medida en la que llegamos a descubrirnos como el “otro”, convidados junto con todos los otros “otros”, inclusive los “otros” islámicos, con los cuales descubriremos nuestra semejanza, a que formemos un “nosotros” al descubrir una cierta pasividad para con y un paciente dar testimonio al “Yo soy” que no está en contraste o rivalidad con absolutamente nada, y no nos ofrece el menor pretexto para que nosotros construyamos nuestra identidad por contraste con cualquier otro. Porque es así la única manera de mantener vivo el descubrimiento como descubrimiento, un dirigírsenos constantemente renovado, una habla que nos lanza a la existencia, proveniente de “Yo soy” que es inaudible a no ser en la medida en que nos tornemos habitualmente auto-críticos.

Y es tan sólo si nuestro amor por Cristo y nuestro seguimiento de El es una parte de nuestro descubrimiento no de “tener razón”, o tener éxito, o hacernos los relevantes, o poder atraer fondos, o votos, o propiciar la democracia o los valores liberales, sino de ser amados en existencia con todos los demás que podríamos considerar nuestros inferiores, ser asegurados que caemos bien en la medida en que nos es dado soltar las cosas que nosotros creemos necesarios para que caigamos bien, ser asegurados de una paz que nos permite desprendernos de nuestra adicción al poder de este mundo y la relevancia a la cual tenemos que agarrarnos. Tan solamente estos nos permitirán, a lo largo del tiempo, dar testimonio de Cristo como Dios, no el mensajero simbólico de un “el” que nos refuerza, sino la profundidad plácida de “Yo soy” que nos sacude a la vida.

Aguardaré al SEÑOR que esconde su rostro… sí, a Él esperaré.

Notas

[1] Para mi comprensión de los debates al respecto de la cronología de las escrituras hebraicas, estoy completamente endeudado con la obra extraordinaria del Padre Caetano Minette de Tillesse. Su Revista Bíblica Brasileira, editada en Fortaleza, Ceará (Brasil) es el guía más asequible que me es conocido al mundo vastamente complejo y en continua mudanza de la comprensión crítica del Testamento Hebraico.

[2] Ex 4, 14; La zarza ardiente que no queda consumida por las llamas me parece una imagen magnífica del poder que no está en rivalidad con nada existente, ni está a su mismo nivel.


© James Alison, 2003.